La libertad del pensamiento cristiano

CULTURATEOLOGÍAESPIRITUALIDAD

Jon F. Sánchez

brown concrete statue of man
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Si hay aspectos de la vida que el cristiano debe atender diligentemente, la mente y los pensamientos son de las más importantes. No obstante, el aspecto de la mente es el más descuidado por el cristiano, dada la falsa suposición de que la razón y la fe son polos opuestos. Esta es una lamentable verdad, ya que la escritura revela la importancia que debemos dar a nuestros pensamientos, nuestra mente, ya que es el rincón más privado de nuestra vida al cual solo nuestro Señor tiene acceso, nadie más. Esta última declaración debería hacernos experimentar un temor numinoso, al punto de darnos cuenta lo importante que es tener limpio ese rincón de la casa. Ya que, no por ser un rincón privado significa que puedo esconder lo que sea de mis hermanos en Cristo y los círculos más cercanos a mí. Este ha sido uno de los mas lamentables errores del cristiano, creer que la mente es la bodega inalcanzable de nuestro entorno, sin embargo, no es nuestro entorno lo que nos importa cuando hablamos de “mente”, sino el Señor.

En el famoso Sermón del Monte, en el Evangelio según Mateo, Jesús enseñó que el pecado no es un asunto circunscrito únicamente en las obras, sino que se extiende a la profundidad de nuestra mente, la intención de nuestros pensamientos. Por ejemplo, en el verso 22 y 28 del capítulo 5, Jesús alude a los pensamientos que anteceden el acto pecaminoso: el enojo contra alguien, y el deseo de una mujer ajena. El Sermón del Monte es un conjunto de enseñanzas por parte de Jesús que apuntan primeramente a los pensamientos y el corazón, en el pensamiento judío son considerados uno solo, como el principio motivador de nuestras acciones. Es decir, el pecado no es pecado cuando el pensamiento se ha llevado a la acción, sino que, desde la profundidad del pensamiento el pecado se ha incubado y crece al punto de manifestarse en acciones, actitudes, palabras habladas o escritas, emociones, etc. Con esto, podemos darnos cuenta de la importancia de la mente para aquellos que han entregado sus vidas a Cristo.

Surge, entonces, una pregunta razonable y honesta para muchos creyentes que entienden esto: ¿cómo podemos cambiar o cuidar nuestros pensamientos? Definitivamente, esto es un reto para cualquier cristiano honesto y honrado consigo mismo, ya que, en ocasiones, es difícil controlar los pensamientos. Dependiendo la situación, se disparan sin control y sin autorización de nuestra parte. Pero ¿qué motiva nuestros pensamientos en el fondo?, nuevamente, si al ver una mujer mis pensamientos se disparan hacia el deseo, es nuestra pecaminosidad la que jala del gatillo. Mas, el cristiano ya no está sometido a la opresión del pecado, sino que ha sido liberado por la sangre de Jesucristo. El pecado ya no es quien jala el gatillo de los pensamientos, sino que ahora están sometidos a Cristo y se van purificando conforme crecemos en nuestra vida espiritual. Por ello, es que Pablo escribe a los Filipenses:

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros”

Filipenses 4:8-9

Oswald Chambers, un teólogo del siglo pasado, comenta sobre este pasaje que es más doloroso pensar en estas cosas que pensar en lo que ya conocemos, ya que pensar de esta manera es alinear nuestros pensamientos con los de Dios. Por esa razón, es necesario ser diligentes en que nuestra mente sea transformada por la Palabra de Dios mediante el Espíritu Santo. Esto requiere tiempo y disciplina. Dos cosas que no todos están dispuestos a dar en el nombre del Señor, lo cual ha provocado estragos a la salud intelectual de la Iglesia, ¿cómo verificamos que todo lo que escuchamos en el púlpito es verdad si no queremos dedicar tiempo y disciplina al estudio de las Escrituras? Muchos aluden a la confianza otorgada al predicador en el púlpito, pero, quiero invitar a los lectores a no confiar a ciegas en el pastor o predicador.

Es nuestra labor cristiana filtrar cada idea predicada o expresada en nuestras conversaciones tanto dentro como fuera de la iglesia, por medio de la Palabra de Dios, de otra manera nuestros pensamientos están expuestos a ser moldeados por el mundo y no por la Palabra de Dios, así como no ser conscientes de las implicaciones de su fe. Chambers condena esta actitud diciendo que si somos salvados y santificados por la gracia de Dios, es una pereza mental no adulterada de nuestra parte no despertarnos para pensar. En otras palabras, nuestra salvación y santificación debe impulsarnos a perder la pereza de adentrarnos a las Escrituras, pensar profundamente en ellas e interiorizarlas. No es una cuestión de oportunidades de aprendizaje, sino de una determinación de ser continuamente renovados en el espíritu de nuestra mente.

¿Qué motiva nuestros pensamientos en el fondo?

Muchos hermanos en Cristo, genuinamente entregados a Dios, creen conocer a Dios. Pero conocer a Dios no es lo mismo que creer en Dios. Muchos creen en Dios, o mas bien, creen en un dios; pero para que esa creencia apunte al Dios verdadero, sus creencias deben ser verdaderas. John Frame, en su libro Todos somos filósofos, menciona que para que exista conocimiento de algo, este conocimiento viene de una creencia que es verdad y está justificada por una fuente confiable, mas no está basada en conjeturas. Un gran problema en la iglesia, es que hay una gran cantidad de cristianos con una fe genuina que lo que creen conocer de Dios se queda en una creencia basada en conjeturas, y por lo tanto, no pueden decir que conocen verdaderamente a Dios; el gran problema es que no lo saben. La cuestión que es aún más problemática es que la libertad del pensamiento cristiano se encuentra en el conocimiento verdadero del Evangelio y la Palabra de Dios. Jesús, a sus discípulos, enseñó cuál es la manera de ser verdaderamente libres: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31). El sentido de la palabra “permanecer” (gr. Meínete) también es “morar en” o “vivir en”, por lo que, en este pasaje Jesús nos enseña que morar en Su Palabra, es el principio de la verdadera libertad. Permanecer en Su Palabra, nos hace verdaderos discípulos de Jesús, y ser Sus discípulos, por implicación, coloca a Jesús en una posición firme de autoridad en nuestras vidas, en la que asumimos como norma todo lo que proviene de Él, dado que Él es la fuente del conocimiento genuino de la verdad, ya que Cristo es la médula y centro de la revelación especial de Dios.

Hendriksen tiene razón al comentar que este conocimiento, nacido en la revelación y la experiencia, libera a la persona, entendiendo que la libertad que Cristo trajo por medio de Su obra es una gloriosa libertad de la opresión y dominio del pecado en nuestra vida. Ahora es la palabra de Cristo la que domina el corazón, la mente y la vida, y cuando eso sucede, entonces, se es libre. El pecado que antes jalaba el gatillo de nuestros pensamientos pecaminosos ha sido finalmente clavado en la cruz; ya no es el pecado el que motiva nuestros pensamientos, sino que –en palabras del apóstol Pablo– llevamos cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo. La libertad del pensamiento cristiano se encuentra en una constante meditación de la Palabra de Dios, fijar especial atención en el Señor y Su hermoso Evangelio; así se harán realidad en nuestra vida las palabras de Jesús: y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.